Matanzas discutirá el título de Cuba versus Villa Clara a partir del martes / FOTO Ismael Francisco
Dicen que anoche el Huelga enmudeció (… se quedó sin palabras. Yo también, escribió la colega Elsa Ramos) y que de sus ojos de play off cayeron lágrimas a borbotones. Aseguran –no estaba allí- que las sonrisas mutaron en muecas crueles y que no pocos huyeron con urgencia para no ser testigos de aquel horroroso capítulo.
Todo comenzó en el octavo inning con un boleto y un nuevo lanzador y un hit y otro hit y una carrera ¡y la duda!… y otro lanzador y otro hit y otro lanzador y otra carrera ¡y el asombro!…y dos ponches y ¡el alivio! y un tubey y dos carreras ¡y la preocupación! y otro sencillo y el empate ¡y la incertidumbre!… y un pelotazo y un tubey y la ventaja desecha…y 10 rayitas ¡y la decepción!…
La agonía de Los Gallos duró apenas un instante; mas, un instante eterno en el que el pitcheo languideció de repente, como el niño que ha visto un fantasma, para negarles el celestial privilegio del triunfo, de este imprescindible triunfo.
Habían tenido un dominio absoluto durante siete entradas. Seis innings y un tercio de partido en los que el novato Norge Luis Ruiz Loyola no permitió carreras y espació cuatro imparables a punta de rectas de fuego y algún que otro ardid y otros dos tercios seguros de Yasiel Sierra Pérez.
El inexperto serpentinero Ruiz Loyola repartió ocho ponches para terminar de acreditar su elección como Novato del Año y propiciar tranquilidad en los parciales locales.
A la ofensiva los espirituanos respondieron con tres rayitas en el mismo primer episodio, que sirvieron para explotar al abridor Jorge Alberto Martínez, y otras dos remolcadas por jonrón de Yulieski Gourriel Castillo, que les amplió la ventaja 5-0 en el quinto rollo.
Había fiesta en el Huelga. El Gallo brillaba esplendoroso en su valla y los Cocodrilos parecían resignados al destino, ya sin empuje, ya sin manager (¡otra vez expulsado por pésimos modales!), ya imperceptibles en la cueva.
Pero Ruiz Loyola no podía ser eterno en el box (tal vez los matanceros esperaban ese momento); la artillería de los locales fue apagada por largo relevo del triunfador Frank Navarro Noa y entonces el Cocodrilo atacó por sorpresa al Gallo, que ya se apresuraba a trepar en la cima del patio a entonar el canto que sucede al último espuelazo.
Las muertes así son tristes, ¡perdón, inexplicables!, y no ocurren con frecuencia; muchos las atribuyen a alguna causa maléfica, pero Yo prefiero pensar como aquel autor de citas extravagantes que “no todas las orugas se pueden hacer mariposas” y que hay que tener temple para abortar estas travesuras absurdas que hace la pelota. En realidad el Gallo estaba muerto.
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